"Una horrible saciedad de dolor y de voluptuosidad, hubiera debido empujarla poco a poco hacia las riberas de la insensibilidad, próximas al sueño o al sonambulismo. Todo lo contrario".
Pauline Réage, Historia de O
-mira nomás, cuando más buena te estás poniendo y se te ocurre dejarme cabrona- me dijo mientras me abrazaba por detrás, luego de darme una fuerte nalgada.
aunque ya habíamos cogido -luego de semanas de no vernos, y aún con sus reproches en cada oración-, cogió mis brazos fuertemente y me puso boca abajo.
yo pensé que jugaba, pero sus piernas también se posaron sobre las mías, inmovilizándome.
-no quiero-, fue mi primera negativa, seguida de un "que no quiero", "en serio no quiero", "no estoy jugando", "por favor, ya suéltame".
supongo que vio en mis negativas una muy buena actuación, lo cual sólo endurecía su arma cada vez más. y digo arma, porque me penetró sin cuidado alguno y me cogió duro hasta que dejé de gritar y de forcejear, para llorar en silencio.
-es tu culpa, ¿porqué me pegas tanto el culo, si sabes que me gusta cogerte así?-, fue su única respuesta.
usualmente nuestros juegos sexuales eran pesados. casi siempre terminaba pegándome y escupiéndome en la cara, mientras me gritaba "puta", o fingíamos que yo era una adolescente violada por un pervertido.
varias veces también, mientras me cogía de perro, me avisaba que me penetraría para venirse en mi culo. me estaba educando para admitir el dolor como una manera más de placer, y me gustaba.
pero ésa fue la última vez que alguien me cogió. volví a intentar todas esas cosas con otros hombres. traté de educarlos para que abusaran de mí, como lo hacía él; y lo hacían, sí. pero en mi placer por el dolor seguía incrustado su nombre: tuve que dejarlos ir.