la cama era terrible: no podría alguien dormir en ella y coger era muy complicado, pero ahí estábamos, sacándole provecho a nuestra recién adquirida privacidad. eran dos colchones viejísimos, con sendos hoyos al medio que provocaban la sensación de estar en una hamaca y con un que otro resorte que saltaba a la superficie amenazante.
entre las almohadas y las deplorables condiciones del lecho, mi cara se encontraba hundida. de vez en cuando sobresalía un poco hacia la izquierda para tomar un poco de aire fresco y soltar una expresión de dolor y/o placer.
sobre mí estaba él, que en un principio había sido tierno y comprensivo. pero un día, en la parte trasera de la camioneta de mamá le dije que me mordiera. que me mordiera sin miedo. y fue cuando empezó todo.
ahora presionaba mi cabeza contra la cama con su mano derecha, mientras me sostenía los brazos con la izquierda tras mi espalda y me cogía con fuerza, casi con violencia y en silencio. un silencio vigoroso. de cuando en cuando me hablaba para ordenarme que parara más el culo, que arqueara la espalda, que le apretara la verga con las paredes vaginales.
en ese entonces, aún no me decía "puta" al oído. pero lo hacía en silencio con cada movimiento de sus manos, lo hacía cada vez que sostenía mi cuello y presionaba hasta casi asfixiarme, mientras me lamía la cara o me jalaba el cabello.
yo me estrellaba contra él como un globo lleno de agua, le entregaba mis piernas con desesperación mientras me lamía la entrepierna con violencia, me raspaba los muslos con su barba y marcaba sus manos en mis glúteos con sonoros golpes de palmas abiertas.
ya no podía pensar en otro hombre. él tenía su pulgar derecho metido en el culo de mi cerebro mientras me cogía de perro con mi cara en el suelo. le pedía llorando que no dejara nunca de cogerme, pues su verga, su lengua y sus manos eran lo más cercano a lo sagrado que yo había conocido en mi vida.
ese día me volteó y me miró de frente. puse las piernas sobre sus hombros y le abracé el cuello, mientras con mi mano derecha dirigía su verga dentro de mí. yo era un objeto inmóvil que lo miraba con ojos temblorosos y suplicantes. quise hacerle entender hasta qué punto me estaba entregando a él. hasta qué punto él podía hacer conmigo lo que quisiera.
-pégame- le supliqué en un susurro, con la voz entrecortada y la respiración agitada.
-pégame- le insistí, le ordené, como aquél día cuando le ordené que me mordiera sin temor.
en silencio, me tomó del cabello y echó mi cabeza para atrás, un poco hacia un lado. siguió cogiéndome mientras su rostro se transformaba en una mueca iracunda y comenzó a pegarme en la cara, con la mano abierta.
yo tenía la responsabilidad de no emitir un sonido, una queja. no podía pedirle que se detuviera. yo se lo había pedido y tenía que aguantar hasta que él así lo quisiera: no tendría sentido de otra forma.
inevitablemente comencé a llorar. mi rostro se inundó de llanto y como consecuencia, comencé a sacudirme violentamente. su expresión cambió a una de preocupación, pero rodeé su cintura con mis piernas y en silencio le pedí que no me la sacara, que me siguiera cogiendo.
-no, no mames-, me dijo preocupado. sin separarse, tomó mi cara con sus dos manos y me dio un beso en las marcas rojas que habían resultado de los golpes.
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