nos habíamos encontrado después de la media noche. al menos tres caguamas habían circulado por mi garganta y terminamos de after en casa de una amiga. sentados en círculo, apenas lográbamos sostener una conversación coherente sin que estallaran las risas y los gritos con un penetrante aliento alcohólico.
ya frente a mis amigos, él había comenzado a subir su mano por mi espalda, a desabrocharme el sostén y a invitarme en voz baja a salir de ahí. aunque no mencionaba el objeto de su ansiedad, el tono de su voz y su mirada estallaban en calentura.
aún me estaba bajando un poco y no le importó: raro en él, pues por lo general siempre fue quisquilloso. pero ese día debía tener por lo menos una semana sin coger. yo tenía meses sin saber de él y ahí estaba, despojándome de las prendas necesarias para poder penetrarme.
cuando me trasladé al asiento trasero del carro, ya sin ropa interior, no me dio tiempo siquiera de acomodarme. me la metió sin pensarlo. no sé en qué posición estaba, pero seguro no era una muy incómoda. con el rostro sudado volteé para pedirle un cambio de posición.
ya a horcajadas sobre él pudo besarme el rostro. me decía en voz baja que me había extrañado, que le encantaba hacerme el amor, que lo volvía loco. con fastidio yo pensaba en todas esas frases innecesarias, movía mi rostro cuando se acercaba para besarme y me movía con más furia: yo sólo quería coger.
se estiró como pudo y me pidió que me acostara boca abajo, comenzó a cogerme de nuevo tan despacio como era su costumbre.
-¿porqué no te vienes?-, siempre había sido su reclamo. su altruismo sexual me dio risa.
-tú cógeme, me la estoy pasando a toda madre-.
-pero es que quiero hacer que te vengas-.
-ah, ¿sí? entonces pégame-.
se detuvo y se separó de mí. alcancé a distinguir su mirada asombrada en la oscuridad. un par de luces pasaron rápidamente y se agachó un poco para que no distinguieran nuestras siluetas desnudas mientras su erección perdía firmeza.
-pero, ¿cómo crees que te voy a pegar?, nunca podría hacerlo-.
-pégame-, le dije sonriendo y con mirada retadora. -si quieres que me venga, pégame. me gusta-.
me retiré y comencé a vestirme. sus brazos me rodeaban y sus besos aterrizaban en mi rostro, cuello y espalda. sus manos en mis piernas entorpecían la labor de colocarme el pantalón correctamente.
emprendimos el camino a casa. las calles, las luces de los carros y de los semáforos continuaban moviéndose frenéticamente, como tras un vidrio grueso y sucio. apenas recuerdo sus palabras, que seguramente seguían siendo innecesarias.
las palabras innecesarias del hombre que nunca me pegó, aunque se lo pedí. del hombre que nunca me cogió, pero que me rompió el corazón.
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