Por las noches, a la hora de dormir, atada a su cama ella se siente desvanecida y comprende que su presencia, la de él, es controlada por algo insólito y encontrado más allá de sus fuerzas, donde las sombras se entrelazan incongruentes creando el ambiente propicio para la posesión: un hombre no puede controlar su destino, en las profundidades, ahí donde aún se es primitivo, una bestia como un lobo arremete. lo inhumano ha ganado el terreno y respira el ambiente. sus ronquidos han sido extraviados, sus cabellos encanecidos por el paso del tiempo en otra versión del mundo, donde es inhabitado, el cual lo calcina por completo, llenándole el cuerpo con la llama ansiosa por la carne.
Un nombre es suficiente, y ella siente hundirse un poco más en la cama, un ser extraño le acompaña durmiendo a su lado, poseso, perdido, irreconocible, y como un grito ella se levanta. El frío del piso le devuelve la consciencia, es un alivio recordar que no se pertenece a esa hoguera de misterio, donde los miedos hierven y se condensan en el cuerpo del hombre al cual solía conocer.
Ella sueña: recostado a su lado, él parece tranquilo, sin embargo admira cómo lentamente surge de la cama un patrón de manos entrelazadas. Comienzan a sujetarlo: brazos, piernas, cuello y rostro no serán liberados. La prisión onírica se vuelve un tormento agridulce mientras él sigue durmiendo, y el sueño de él dentro del sueño de ella, es apacible. Incluso su rostro demuestra la satisfacción y alegría de los que duermen hablando.
Al despertar, ha salido el sol. El hombre, a la luz del día, se apega un poco al recuerdo que ella sigue amando, e incluso el color de sus mejillas le devuelve algo de la humanidad perdida hace muchos años. Se levanta quizá sin darse cuenta de que existe la necesidad casi instintiva de repetir los hechos del día anterior, y ella se queda ahí: recostada con la mirada posada en el techo, rehusándose a continuar con la inercia insoportable de cada día, de todos los días.
Un nombre es suficiente, y ella siente hundirse un poco más en la cama, un ser extraño le acompaña durmiendo a su lado, poseso, perdido, irreconocible, y como un grito ella se levanta. El frío del piso le devuelve la consciencia, es un alivio recordar que no se pertenece a esa hoguera de misterio, donde los miedos hierven y se condensan en el cuerpo del hombre al cual solía conocer.
Ella sueña: recostado a su lado, él parece tranquilo, sin embargo admira cómo lentamente surge de la cama un patrón de manos entrelazadas. Comienzan a sujetarlo: brazos, piernas, cuello y rostro no serán liberados. La prisión onírica se vuelve un tormento agridulce mientras él sigue durmiendo, y el sueño de él dentro del sueño de ella, es apacible. Incluso su rostro demuestra la satisfacción y alegría de los que duermen hablando.
Al despertar, ha salido el sol. El hombre, a la luz del día, se apega un poco al recuerdo que ella sigue amando, e incluso el color de sus mejillas le devuelve algo de la humanidad perdida hace muchos años. Se levanta quizá sin darse cuenta de que existe la necesidad casi instintiva de repetir los hechos del día anterior, y ella se queda ahí: recostada con la mirada posada en el techo, rehusándose a continuar con la inercia insoportable de cada día, de todos los días.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario